martes, 8 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ MEJORAMOS CUANDO ENTRENAMOS? PARTE III

Como ya vimos en la parte II, los sistemas biológicos responden de la misma manera frente a factores estresantes, este proceso se denomina Síndrome General de Adaptación (SGA). Recordemos que un factor estresante es cualquier estímulo que altere la homeostasis del organismo.

Lo importante de recalcar, es que la fase de resistencia del SGA constituye un estado superior de rendimiento del sistema biológico, ya que ahora es capaz de mantenerse en homeostasis, a pesar de este estrés.

Ahora bien, el ejercicio físico, al igual que una enfermedad, un impacto emocional, un accidente o un cambio en la temperatura ambiente, equivale a un estrés.

Por ejemplo, en este mismo instante que te encuentras leyendo este artículo, probablemente estás sentado y relajado, en total estado de homeostasis, con una frecuencia cardíaca cercana al reposo y una apacible frecuencia respiratoria. 

¿Qué sucedería si te pones de pie rápidamente y comienzas a correr por las escaleras del edificio durante 5' a una intensidad elevada?

Bueno, seguramente los parámetros fisiológicos nombrados se acelerarán bruscamente, además te dará calor, comenzarás a sudar y percibirás un cambio generalizado en tu organismo. Precisamente por todos estos cambios, es que este ejercicio físico en particular correspondió a un agente estresante.

Si este esfuerzo se mantiene por un tiempo prolongado, movilizarás cada vez más tus reservas (de carbohidratos, lípidos e incluso proteínas), lo cual provocará desgaste del organismo. Al cabo de un instante, te encontrarás cansado y como consecuencia de este, tu rendimiento disminuirá y no podrás continuar subiendo a la misma velocidad.

Se ha graficado con este último ejemplo un SGA agudo, ya que esto ocurre en un lapso de no más de una hora.

En verde cuando te encuentras en reposo. En amarillo cuando te pusiste en marcha. En naranja cuando te encuentras en pleno ejercicio. En rojo cuando ya se produjo la fatiga.

Ahora bien, este proceso también se produce a mayor escala. Continuando con el mismo ejemplo, si eres una persona semi entrenada, te tardarás en llegar a la fase de fatiga quizás unos 40'. El sólo hecho de llegar a la fase de fatiga supone un esfuerzo bastante grande.

Al día siguiente, es muy probable que andarás bastante dolorido en los músculos que participaron en la acción, probablemente despiertes en la mañana más cansado que otros días y es muy probable que si repites la misma prueba, no alcances a llegar a los 40', fatigándote antes.

A las 48 horas después del día del ejercicio, es muy probable que despiertes con mejores sensaciones, que no te sientas tan cansado como el día anterior y, curiosamente, si haces la prueba de mantenerte corriendo por escaleras, superes los 40' hechos dos días antes. 

¿Qué pasó aquí?

Pues nada más y nada menos que otra demostración del SGA, pero esta vez a más largo plazo.

A las 48 horas el organismo pasó a una fase de rendimiento mayor a como se encontraba al inicio de la actividad.

¡Esta es una reacción tan básica y primitiva que es la que ha permitido que los seres vivos evolucionen a partir de los estímulos del entorno!

A este momento se le llama Fase de Supercompensación.

Gráfico que muestra las fases que sigue el rendimiento de una persona luego de un estímulo.
Para hacer que nuestros organismos mejoren, la gracia está en que siempre debemos estresar (o entrenar) en la cúspide de la fase de supercomensación, ya que de esta manera repetimos el ciclo, que dará como resultado una mejora ondulatoria en el rendimiento.

Progresión adecuada. Entrenamos cuando estamos en la fase de supercompensación.
Entonces, la magia del entrenamiento está en captar cuándo nuestro deportista se encuentra supercompensado, para poder aplicar el próximo estímulo estresante. Aquí es donde entra en juego la planificación del entrenamiento y las evaluaciones.

Pero este es contenido para una próxima entrada...





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